genocidio palestino
Así es dar a luz bajo las bombas en la Franja de Gaza
Unas 50.000 las mujeres palestinas embarazadas están en peligro, según una última estimación de Naciones Unidas. El relato de mujeres dedicadas a acompañar a las parturientas.
Bajo el asedio sistemático impuesto por el Gobierno de Netanyahu, las madres palestinas no saben si, tras haber sobrevivido al embarazo, podrán mantener con vida a sus hijos después del parto. Los fallos eléctricos, la falta de combustible, un bombardeo o las infecciones que no se pueden curar por la ausencia casi total de medicamentos básicos provocan con frecuencia la muerte de sus criaturas a pocas horas de haber llegado a este mundo. Como resume Ruth Conde, enfermera y miembro de Médicos Sin Fronteras, parir "es un riesgo". O lo que es lo mismo, solo el hecho de nacer en Gaza no garantiza el derecho a vivir.
Desde el inicio del embarazo, cuenta la sanitaria, la dificultad de llevar a cabo controles prenatales, para tener acceso a la vacunación, a una alimentación adecuada, a unas mínimas condiciones de higiene y salubridad complica de forma estructural, determinante y peligrosa la gestación. Conde ha estado varias veces en Gaza desde que se recrudecieron los ataques israelíes. Regresó de última misión sobre el terreno en febrero y recuerda con mucha crudeza cómo es pasar los días en un territorio donde son asesinados a diario decenas de civiles.
Muchas mujeres atraviesan el embarazo y después el alumbramiento desplazándose de un refugio a otro, bajo bombardeos, privadas de comida o bebida suficiente y de calidad. La situación lleva cerca de dos años siendo insoportable y extenuante a todos los niveles. Esto se ha traducido, entre otras cosas, en un aumento "de los partos prematuros ocasionados por la situación de estrés" al que está sometida toda la población gazatí, con las complicaciones añadidas que conlleva.
Paren sin una sábana limpia sobre la que recostarse
"Los hospitales ahora mismo con capacidad para atención a partos son cada vez más limitados", señala Conde a Público. El hospital Al Naser en la localidad de Jan Yunis es uno de los pocos que siguen en funcionamiento, y su capacidad está desbordada. "El número de camas disponibles para el postparto también es super limitado", explica. Lo que hace que en muchas ocasiones "las mujeres se den de alta a las pocas horas de haber dado a luz o de haberse hecho una operación cesárea". Y, cuando marchan tras haber parido –en ocasiones sin siquiera una sábana limpia sobre la que tenderse–, los espacios a los que regresan suelen ser tiendas improvisadas, sin agua potable, sin mantas y, desde luego, sin ninguna intimidad o seguridad.
Se trata de una escasez y precariedad que se pueden percibir a todos los niveles. "Hemos tenido muchísimas dificultades para tener, por ejemplo, paños estériles para poder hacer una cesárea de forma segura", detalla Conde. También faltan anestésicos, analgésicos, suturas y material básico como incubadoras o mantas térmicas: "Recibimos casos de muertes de bebés por hipotermia. Algo tan básico como mantener a un bebé caliente se convirtió en algo extremadamente difícil", lamenta.
Muchas madres sufren, además, desnutrición durante el embarazo, lo que afecta también después a su capacidad de amamantar. Algo especialmente importante en un contexto en el que la leche de fórmula escasea. Esto se suma la falta de acceso a agua, pañales, o jabón: "Cuando el bebé se hace pis o se hace caca, no disponen de ropa para poder cambiarlo o de ropa suficiente para poder lavarla y tener una muda limpia". De esta forma, el nacimiento de un hijo o una hija, un momento que debería ser deseado y alegre para cualquier familia, se vive y se recibe en Gaza desde hace ya demasiados meses con un agotamiento y temor brutales. Es "esa felicidad de haber sido capaz de traer a tu hijo al mundo (…) y del mismo modo ser consciente de que ese ser ha venido a un mundo rodeado de violencia y de desesperanza", piensa Conde.
En este panorama, el acompañamiento entre las propias mujeres, las redes que han creado para ayudarse constantemente, es absolutamente fundamental: "El papel de la comunidad lo es todo", dice Conde. Comparten su comida, su ropa, su leche: "Hay mujeres que daban el pecho a los hijos de otras mujeres porque ellas no tenían leche". Médicos Sin Fronteras, por ejemplo, ha trabajado en la creación de espacios seguros y de apoyo a la lactancia, con matronas, psicólogas y líderes comunitarias que ayudan a sacar adelante como bien pueden a las criaturas sus primeros meses de vida.
Para ello, la enfermera recuerda que es muy importante que sus madres, si siguen a salvo, o quienes se hagan cargo de ellas se mantengan también mentalmente fuertes: "Es una de las necesidades más acuciantes", confirma Conde, quien indica que se trabaja especialmente con mujeres que han dado a luz en medio del desplazamiento o que han perdido a sus hijos: "Tenemos personal especializado en el manejo del duelo y de este tipo de casos".
"Estar en sala de partos y escuchar bombas de fondo"
Un poco antes que Conde, a mediados de 2024, Flor Francisconi llegó a Gaza como matrona para Médicos Sin Fronteras España y estuvo coordinando las actividades de salud sexual y reproductiva. La sanitaria relata que ya en septiembre del año pasado el hospital de Al Naser no estaba operativo en su totalidad, pero continúa siendo aun en estos momentos un centro de referencia por la complejidad de los servicios que ofrece como terapia intensiva neonatal y pediátrica, cirugía ginecológica y obstétrica o banco de sangre. "Solo en maternidad, el centro registra entre 600 y 650 nacimientos al mes", estimaba Francisconi entonces.
"Mi sensación en todo momento es que llegan agotadas", afirmaba al pensar en las mujeres que están a punto de dar a luz: "Lo ves en sus caras, en la expresión, en cómo se mueven, cómo caminan". Vivir bajo órdenes constantes de evacuación, haber sido desplazadas hasta ocho veces, perder familiares en bombardeos… "es un estado de alerta y estrés permanente", insiste.
Es la sensación de que el miedo nunca se va: "Se me hace muy difícil poner esto en palabras, porque siento que lo limito", confiesa. "Estar en sala de partos y escuchar bombas de fondo es una experiencia que te marca", recuerda. Cualquier escalada militar cerca del hospital compromete el acceso y obliga a reorganizar toda la atención: "El flujo masivo de pacientes nos obliga a reorientar las actividades", dice Francisconi: "Y en términos de insumos, nos aniquila".
Al igual que Conde, ella también observaba que las mujeres puérperas eran dadas de alta rápidamente, muchas veces demasiado pronto: "Permanecen unas seis horas en observación tras un parto vaginal. Deberían quedarse al menos un día, pero tienen mucho miedo a estar separadas de sus familias", expresa. También se dan altas prematuras a pacientes quirúrgicas: "Se van muy doloridas. El manejo del dolor debería ser un derecho básico. Todos los pacientes deberían tener acceso a analgesia adecuada, pero no siempre tenemos los fármacos necesarios".
Una devastación que no afecta solo a las pacientes, ya que muchas de sus compañeras sanitarias viven en las mismas condiciones que ellas: "Una matrona perdió a su marido y a dos de sus hijos en un bombardeo mientras estaba de guardia. Otra perdió a siete miembros de su familia el mismo día. Aun así, al día siguiente estaban trabajando en el hospital". Francisconi recuerda especialmente a una paciente que había esperado varios años en quedarse embarazada: "Había hecho un tratamiento de fertilidad durante cuatro años. Cuando llegó el momento de dar a luz, nos decía lo injusto que era tener que parir en medio de una guerra, después de haber esperado tanto".
Fetos "partidos en dos"
Ambos relatos se corresponden con los datos que, aunque no sin dificultades, se van registrando. El UNFPA (Fondo de Población de Naciones Unidas) estimaba a finales de abril de este año que son cerca de 50.000 las mujeres embarazadas en Gaza que están enfrentando todas estas carencias. Aunque 13 hospitales y cuatro de campaña ofrecen atención materna en toda la Franja, todos están saturados, con falta de personal y suministros.
A esto se suma, como mencionaban Conde y Francisconi un entorno muy degradado. Más de 1,9 millones de personas están desplazadas dentro de Gaza, lo que supone el 90% de la población, y viven en refugios improvisados. Solo en febrero, al menos siete recién nacidos murieron en febrero por hipotermia. La crisis reproductiva también se manifiesta en indicadores más amplios. Se estima que más de 500.000 mujeres en Gaza carecen de acceso a planificación familiar, tratamiento de infecciones de transmisión sexual y atención posparto. Mientras que 690.000 mujeres y niñas no disponen de productos básicos para la higiene menstrual, lo que incrementa el riesgo de infecciones y complica la salud general. Sobrevivir es, cada vez más, una excepción.
El testimonio del cirujano estadounidense Feroze Sidhwa, voluntario en Gaza tras el 7 de octubre, es desgarrador: "Los niños mueren, no porque sus heridas fueran insuperables, sino porque carecíamos de sangre, antibióticos y los suministros más básicos", ha declarado hace unos días ante el Consejo de Seguridad. Sidhwa cuenta que atendió a mujeres embarazadas "con la pelvis destrozada y el feto partido en dos", y a niños de seis años con balas en el cerebro. Según relató, el 18 de marzo presenció en el hospital Nasser el mayor episodio de víctimas masivas de su carrera: 221 pacientes llegaron en una sola mañana, de los cuales 90 murieron al llegar: "Casi la mitad eran niños gravemente heridos”.
Sidhwa subrayó también las consecuencias psicológicas del conflicto. Casi la mitad de los niños de Gaza presentan tendencias suicidas, según datos de War Child Alliance: "Se preguntan: ¿Por qué no morí con mi hermana, mi madre, mi padre? No por extremismo, sino por un dolor insoportable". La realidad es tan dura que padres y madres memorizan la ropa de sus hijos por si tienen que identificar sus cuerpos.