vergüenza
Bélgica: hace 65 años se instaló en Bruselas el último zoológico humano
La Exposición Internacional de la capital belga fue el cúlmine de un racismo occidental que creía tener una “labor civilizadora”.
Hace 65 años se cerraba el último zoológico humano en el Parque Heysel de Bruselas, experimento etnográfico y secuela de la sanguinaria colonización del Congo Belga. Se había inaugurado en 1958 en la promocionada Exposición Internacional, la primera y más importante realizada después de la II Guerra Mundial. Como marca de época, perdura hasta hoy en esas 200 hectáreas el Atomium, una obra emblemática y símbolo de la capital.
Pero solo quedan fotografías antiguas y alguna coloreada de aquella muestra racista que se levantó en un espacio llamado Kongorama. La más gráfica de esa colección es la imagen de una niña negra cercada por un corral de cañas de bambú, mientras es observada por hombres y mujeres europeos, como si fuera un animal exótico.
La Unesco también
En julio de 1957, el Correo de la Unesco, el medio más célebre de Naciones Unidas, publicó el anuncio de aquella feria que se prolongó entre el 17 de abril y el 19 de octubre del ’58. Decía que en la sección de la exposición dedicada a los territorios de Bélgica en África --el Congo, Ruanda y Urundi (se llamaba así, sin la B)-- el tema sería “Cincuenta años de labor civilizadora en las esferas social, económica y religiosa”.
Para ello se proyectaba “un jardín tropical en el que crecerán plantas equinocciales africanas en un suelo artificialmente caldeado”. Era el ámbito propicio para que mentes supremacistas al servicio del rey Balduino --monarca de entonces-- dispusieran del zoológico humano como un lugar de entretenimiento para los 41 millones de personas que visitaron la muestra.
Había sido otro rey, Leopoldo II --en el trono de 1865 a 1909--, el iniciador del genocidio en el Congo. En el verano de 1897, como hizo Colón con los indios tainos enviados a España, llevó unos 267 congoleños a Bruselas. Los exhibió como si fueran primates en su palacio colonial de Tervuren. Muchos murieron de frío en el invierno, pero su sádica majestad se salió con la suya: inauguró una exposición que serviría de antecedente a la que se abrió hace 65 años con zoológico incluido.
Les tiraban bananas
Crónicas de aquella etapa de darwinismo social señalan que los congoleños trasplantados al Parque Heysel, se hartaron de ser tomados como mascotas. Del público podía esperarse lo peor. “Si no reaccionaban, les tiraban dinero o plátanos por las uniones de las cañas de bambú”, describió un periodista de la época. En ese espacio verde se encuentra todavía hoy el estadio en que ocurrió la tragedia de 1985 con 39 muertos durante una final entre Juventus y Liverpool por la Copa de Europa. En 1958 ya existía. Había sido inaugurado en 1930.
El fantasma del rey Leopoldo --libro del estadounidense Adam Hochschild de 1998--, marcó un antes y un después en la concientización del pueblo belga sobre lo que había sucedido en el Congo durante los 44 años de su reinado. Se asesinó a diez millones de personas. A miles se les mutiló las manos por no pagar tributo en la extracción del caucho o no obtener la cuota exigida de ese líquido blanco sacado del árbol Hevea brasiliensis. Muchas otras sufrieron la esclavitud hasta bien entrado el siglo XX.
El racismo y el "progreso"
En el Correo de la Unesco de 1957 se lee sobre la celebrada Exposición de Bruselas: “Nadie podrá decir que nuestra época no es prodigiosa. ¿No hemos conseguido en nuestro siglo, mayores progresos que durante todo el período de historia y de protohistoria que le precedió? De estos últimos cien años, que no son nada desde el punto de vista cronológico, los 25 últimos han sido los más ricos en descubrimientos que están transformando nuestro modo de existencia y hasta los cimientos mismos de la condición humana”.
Esos preceptos cuasi bíblicos, podían ser aplicables a los ciudadanos de primera de la civilización occidental. Pero no en una colonia que le arrancaría la independencia a Bélgica el 30 de junio de 1960. Patrice Lumumba, el héroe nacional, decía por entonces que aquel hecho “marca un paso decisivo hacia la liberación de todo el continente africano”. Lo asesinaron militares de su país con la venia de los gobiernos de Bélgica y Estados Unidos el 17 de enero de 1961. Tenía apenas 35 años.
Una niña enjaulada
Los congoleños enviados a Bruselas como la niña de la foto rodeada por cañas de bambú, vivían en una especie de gueto. Les habían levantado unas chozas precarias donde trabajaban sus artesanías para saciar la curiosidad del turista europeo. Recibían burlas. Les tiraban monedas o bananas. Las crónicas de fines de la década del ‘50 hablan de blancos que veían “a los negros en los jardines zoológicos”. En la Exposición llegó a haber 183 familias forzadas a abandonar África. Eran parte de la escenografía montada en Kongorama. La muestra se había pensado inicialmente para 1947, después se corrió a 1955 y terminó inaugurándose tres años más tarde.
Empezaba la etapa de la Guerra Fría. En el Parque Heysel convivían en tensión evidente los stands de la Unión Soviética y EE.UU. La muestra con su régimen racial a escala, podía verse funcionando desde lo alto del Atomium, un modelo gigante de molécula de acero con esferas que representan un átomo, y que es un símbolo emblemático de la capital belga como la torre Eiffel de París.
Disculpas limitadas
El último zoológico humano no sería una novedad segregacionista de un puñado de belgas trasnochados, bendecidos por un soberano despótico. Fue un fenómeno de la época que había tenido réplicas en grandes capitales como Londres y París. El asesinato del afroamericano George Floyd el 25 de mayo de 2020 a manos policiales en Estados Unidos, reavivó el rechazo al racismo. Y desempolvó historias olvidadas como la de Ota Benga, un joven congoleño exhibido en la jaula de los monos en un zoo del Bronx en 1906. Diez años después se suicidó con un arma de fuego.
Un pedido de disculpas de la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre llegó un siglo más tarde. El descargo del actual rey de Bélgica, Felipe, también. “En ocasión de mi primer viaje al Congo, deseo reafirmar mi más profundo pesar por estas heridas del pasado”, declaró en junio de 2022. Pero no pidió perdón por los crímenes de la monarquía.