MIGRACIÓN A EUROPA
Entre tumbas sin nombre y políticas restrictivas: Europa frente a su dilema migratorio
Diez años después de la llegada de más de un millón de personas a la Unión Europea, el continente mantiene el debate abierto: mientras gobiernos endurecen sus políticas, las guerras y la pobreza siguen empujando a miles hacia sus fronteras.
En agosto de 2015, la isla griega de Lesbos fue escenario del mayor movimiento de personas hacia Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
En pocas semanas, miles de refugiados provenientes de Siria, Afganistán e Irak desembarcaron en pequeñas embarcaciones, desatando una crisis que pronto alcanzó a todo el continente.
Paris Louamis, hotelero de Lesbos, recuerda cómo junto a voluntarios internacionales repartía ropa y alimentos a quienes llegaban exhaustos. Hoy, la playa frente a su hotel está tranquila, pero teme un nuevo colapso: las llegadas estivales desde Sudán, Egipto y Yemen ya encendieron las alarmas del gobierno griego.
En aquel 2015, Alemania pasó de recibir 76.000 solicitantes de asilo en julio a 170.000 en agosto. La canciller Angela Merkel pronunció entonces su histórico “Wir schaffen das” (“Podemos hacerlo”), un gesto interpretado como bienvenida abierta, pero que rápidamente se convirtió en un costo político. Apenas dos semanas después, Berlín reinstauró controles fronterizos.
Las consecuencias de ese verano aún marcan la política europea. El endurecimiento migratorio se convirtió en bandera de partidos de extrema derecha, cuyo apoyo electoral casi se duplicó en la última década. Hungría es el ejemplo más extremo: su primer ministro, Viktor Orbán, levantó vallas, externalizó los pedidos de asilo y hoy paga multas millonarias de la UE por incumplir la normativa. “Vale la pena”, responde su ministro de Asuntos Europeos, János Bóka.
Pero ni los muros ni los sensores han detenido los cruces. En las fronteras húngaras, guardias y voluntarios reconocen que el crimen organizado sigue abriendo caminos. Y Naciones Unidas alerta que, en los últimos diez años, más de 32.000 personas murieron intentando llegar al continente.
Suecia, otrora símbolo de acogida, también se transformó. En Karlstad, el refugiado sirio Abdulmenem Alsatouf recuerda la calidez inicial de 2015, que con el tiempo dio paso a un clima hostil y a políticas restrictivas impulsadas por el partido Demócratas de Suecia, hoy segunda fuerza parlamentaria.
La percepción pública cambió, en gran parte, por la asociación entre migración y criminalidad, aunque investigadores insisten en que factores como la segregación social y el desempleo pesan más que el origen extranjero.
Mientras tanto, en Lesbos, las tumbas anónimas de migrantes que no lograron completar su travesía son recordatorio de que las cifras bajan y suben, pero las causas profundas –la guerra, la pobreza y la desesperación– permanecen. Esa tensión, entre necesidad humanitaria y cálculo político, seguirá marcando el futuro de Europa.