ANIVERSARIO

A 13 años de la partida de Antonio Balcedo

Hoy, todos los que hacemos este diario rendimos homenaje a un hombre de profundas convicciones que, impulsado por el coraje de creer en el mañana, fundó el diario Hoy para romper de una vez con la hegemonía de la comunicación en la ciudad de La Plata.

"Seguiremos siendo inmortales; más allá de nuestra muerte corporal queda nuestra memoria, y más allá de nuestra memoria quedan nuestros actos, nuestros hechos, nuestras actitudes”. La frase es de Borges y con ella, llenos de admiración y nostalgia, los que hacemos el diario Hoy recordamos a Antonio Felipe Balcedo, ilustre intelectual, defensor de la clase obrera y fundador del este diario un 10 de diciembre de 1993.

Antonio fue un hombre que nunca ocultó su identidad política, aunque eso implicara pagar el costo de la persecución en plena dictadura militar. Convencido de que el peronismo es la vindicación política de los humillados de nuestra sociedad, militó por esas ideas. El propio general Perón sintió gratitud por ese hombre leal y de bajo perfil, al que recibió en la intimidad de Puerta de Hierro, en los años se­senta.

Nació el 17 de julio de 1936, en Melchor Romero, hijo de un enfermero –Antonio Felipe– y una empleada de frigorífico –María Esther–. Se formó en el Colegio Nacional de la Universidad de La Plata, estudiando en el turno de noche, ya que de día trabajaba como empleado del Museo de Ciencias Naturales. Esa temprana inserción en el mundo del trabajo le hizo comprender la necesidad de los trabajadores de fortalecerse sindicalmente.

Se puso al frente del Sindicato de Obreros y Empleados de la Minoridad y la Educación (Soeme) y defendió los derechos de los trabajadores en tiempos en que se ultrajaban las conquistas obreras. En 1962 formó parte de la lista de diputados provinciales por la Unión Popular, resultando electo con solo 26 años, lo que lo convirtió en el diputado provincial más joven de la historia argentina hasta ese entonces. Eran las primeras elecciones que ganaba el peronismo, tras el golpe de Estado del 55.

Balcedo sufrió en carne propia la violencia institucional que imperaba en la Argentina de esos días: una vez que se conocieron los resultados electorales, las Fuerzas Armadas reaccionaron con pánico ante la victoria peronista en gran parte del país, principalmente la de Framini en Buenos Aires, y se realizó un planteo de golpe de Estado. El presidente Frondizi trató de calmar al Ejército e intervino las provincias, donde ganó el peronismo.

En 1955 Antonio Balcedo se casó con Myriam Renée Chávez, con quien en la adolescencia descubrió ese amor que los alumbró hasta el último instante. Tuvo dos hijos –Marcelo Antonio y Myriam–, y nietos con los que jugaba con la alegría de saber que seguía vivo el niño que alguna vez había sido.

También tuvo un tercer hijo: el diario Hoy. Estaba convencido de que para cambiar la realidad es imprescindible librar una batalla de ideas, desenmascarar a los farsantes, denunciar las tropelías del poder, escuchar las voces de los más castigados. Ejerció el periodismo político durante décadas, pero hacia fines de 1993 sintió que había llegado la hora de crear un medio propio, independiente, que fuera un laboratorio de ideas al servicio del sueño de una patria libre e inclusiva. No era fácil fundar un diario en esos tiempos: el país estaba siendo saqueado y el pueblo, despojado hasta de lo más mínimo. La ciudadanía era invisible y muda, no se la miraba ni escuchaba. Pero Balcedo decidió que había que jugarse entero por un proyecto periodístico que alzara su resistencia y dejara oír lo que muchas voces venían diciendo desde abajo.

“El Negro”, como le decía en confianza su eterna compañera de vida, Myriam Renée Chávez alias “Nené”, alertó sobre lo que se venía en el país, con lo que entendía que era la entrega del patrimonio por las políticas neoliberales de Carlos Menem, y fundó el diario Hoy, que salió a la calle por primera vez el 10 de diciembre de 1993, a modo de homenaje al cumplirse 10 años del retorno a la democracia.

Por su coraje, a Antonio Balcedo podría aplicársele aquello que alguna vez escribió Haroldo Conti: “Aquí y allá, en éste y en otros tiempos, había, hubo siempre algún solitario ejemplar de esa reducida pero inextinguible raza de soñadores que son la sal del mundo”.