La Plata

A 45 años de una noche de terror, los lápices que siguen escribiendo

La última dictadura perpetró el peor genocidio de la historia argentina. Estudiantes secundarios hacían un reclamo y fueron secuestrados.

En los años 70 la participación de los jóvenes en los centros de estudiantes y en las agrupaciones políticas era muy activa. Cuando los militares usurparon el gobierno en 1976 desataron una represión sangrienta que incluyó a los colegios secundarios del país.

En la ciudad de La Plata, los estudiantes comenzaron a organizarse en cada colegio, interrelacionándose, dando nacimiento a la Coordinadora de Estudiantes Secundarios. Producido el golpe de Estado, se suspendió, en agosto de 1976, la vigencia del boleto estudiantil, lo que detonó el reclamo multitudinario de los estudiantes que se hicieron oír en las calles.

El 16 de septiembre de 1976 diez jóvenes, entre 16 y 18 años, fueron arrancados de sus casas en la madrugada. El operativo fue realizado por el Batallón 601 del Servicio de Inteligencia del Ejército y la Policía de la provincia de Buenos Aires, dirigida en ese entonces por el general Ramón Camp. La elección de la fecha no fue casual, era el día en que los militares solían festejar el golpe de Estado contra Juan Domingo Perón, llevado a cabo en 1955.

Inicialmente los jóvenes fueron llevados a la “División Cuatrerismo” de la Policía bonaerense, donde funcionaba el centro clandestino de detención de Arana. De allí pasaron a la División de Investigaciones de Banfield, tristemente conocida como el “Pozo de Banfield”. Allí conocieron el horror en su expresión más despiadada, sufrieron torturas, simulacros de fusilamiento, violaciones, el dolor sin nombre, la interminable noche del abandono.

Estos son los nombres de aquellos estudiantes, la edad que tenían cuando se los llevaron y la escuela a la que concurrían: Claudio de Acha -17 años, Colegio Nacional-, María Clara Ciocchini -18 años, Bellas Artes- , María Claudia Falcone -16 años, Bellas Artes-, Francisco López Muntaner -16 años, Bellas Artes-, Daniel Racero -18 años, Normal 3-, Horacio Ungaro -17 años, Normal 3-, Pablo Díaz -18 años, “La Legión”-, Gustavo Calotti -18 años, Colegio Nacional-, Patricia Miranda -17 años, Bellas Artes- y Emilce Moler -17 años, Bellas Artes-.

Solo los cuatro últimos sobrevivieron, y gracias a sus testimonios se pudieron reconstruir los hechos. Todos ellos estaban unidos por la férrea voluntad de soñar un país más justo, respaldar sus convicciones y la creencia de que la militancia es la única forma de lograr que la historia cambie.

En la mañana del viernes 17 de septiembre de 1976, Pablo Díaz repasaba minuciosamente las páginas del diario en la vana búsqueda de unas líneas que contaran sobre la suerte corrida por sus amigos, secuestrados el día anterior. Sí encontró, a cinco columnas, la declaración inicial del Consejo Federal de Educación reunido en Tucumán: “El Estado está inserto en un orden cristiano y debe proteger la esencia de la nacionalidad, las instituciones, la paz, el orden, los símbolos nacionales, la moral cristiana y la integridad de la familia”.

Apenas unos días después, ocho hombres con pasamontañas entrarían a su casa y se lo llevarían apoyándole una pistola en la nuca. Lo tiraron dentro de uno de los cuatro coches que hicieron el operativo, lo encapucharon. Escuchó cuando intimidaron a sus vecinos: “¡Bajen las persianas o tiramos!”. Cuando quiso saber a dónde lo llevaban, le respondieron con un culatazo en la espalda. Ese fue apenas el comienzo.

Hoy, Pablo Díaz, recuerda: “Hay un documento de la Jefatura de la Policía de la provincia de Buenos Aires que se llama específicamente La Noche de los Lápices. Ese documento, que había sido firmado por un comisario mayor Fernández, en ese momento asesor del Consejo del general Camps y Etchecolatz, hablaba de que luego de desarticulados política e ideológicamente los sectores subversivos como universitarios, barriales, trabajadores, la piedra angular eran los potenciales subversivos, que eran los estudiantes secundarios que eran líderes en sus escuelas. Ellos hablaban de semillero, de potenciales subversivos”.

Quisieron condenarlos al olvido pero hoy son memoria. En la mayoría de los centros de estudiantes de los colegios secundarios hay agrupaciones bautizadas “16 de septiembre”: una manera de tenerlos presentes, de decirles que sus sueños siguen vivos y que un país más justo aún sigue siendo posible