Mercedes Fernández
101 años y acaba de empezar la escuela secundaria
Tuvo todo lo que deseaba hasta que se fue quedando sin nadie y sin nada. Prefirió vivir en la calle deambulando antes que sola en su casa, vacía pero llena de recuerdos. Ahora que volvió a tener compañía le propusieron cumplir sus dos sueños pendientes.
Es otra mañana de verano en invierno, los chicos y adolescentes ya volvieron a las escuelas y Mercedes Fernández sonríe, aunque lo cierto es que viene de vivir años muy duros. Si alguna vez viste a esos viejitos que deambulan solos por los hospitales públicos y duermen sentados en las salas de espera, una era ella.
La mujer de 101 años y medio tuvo todo lo que deseaba hasta que se fue quedando sin nadie y sin nada. Camina sin bastón y no usa anteojos. Prefirió vivir en la calle deambulando antes que sola en su casa, vacía pero llena de recuerdos.
Ahora que volvió a tener compañía le propusieron cumplir sus dos sueños pendientes. Uno era estudiar, y acaba de empezar las clases con otros alumnos a los que les lleva más de 80 años.
Vive en el Hogar de ancianas Eva Perón de Escobar aunque nació en Venado Tuerto, Santa Fe, el 12 de enero de 1922, durante la presidencia de Hipólito Yrigoyen. Sus padres se separaron pronto y Mercedes se quedó viviendo con su papá, que trabajaba la tierra en el campo.
La pequeña Mercedes fue a la primaria y apenas empezaba a ser adolescente cuando quedó embarazada de otro chico, también menor de edad, que se enteró y desapareció.
Mercedes tuvo a una beba a la que llamó Milagros y empezó a criarla sola. Y fue durante los años que siguieron que conoció a Antonio, quién terminó siendo su compañero de vida durante los 80 años que siguieron.
Es difícil juzgarlo con ojos de hoy pero era el final de los años 30 y el amor de pareja era, más bien, un acto de renuncia.
Le faltaba poquito para entrar al segundo año y Antonio le dijo "¿para qué lo vas a hacer? Más vale cuidemos a los animalitos acá, tengamos perros". Entonces le dijo "esto es ahora mi vida" y dejó todo. Cantaba tangos y también lo dejó. Dejó el colegio, dejó a las amigas, prácticamente dejó su vida para dedicarse a la vida con él.
Luego Mercedes y Antonio se casaron en la Iglesia de Escobar. Un día cualquiera, cuando Milagros tenía 4 años, amaneció con el cuerpo de color amarillento. Mercedes vio que, además, su pequeña hija tenía la panza muy hinchada.
La llevaron al Hospital de Pergamino, al de Venado Tuerto, le hicieron transfusiones de sangre. Pero la nena estaba sufriendo una pancreatitis y no pudieron salvarla.
Después de 80 años se apoya las dos manos en el pecho y dice: “La gente me dice ‘ay pero Mercedes, ya pasó tanto tiempo, ¿para qué seguís yendo al cementerio?’. Y a mí eso no se me va a ir jamás, es una deuda que llevo acá. La pérdida de mi hija es algo que no entendí nunca, ni lo voy a entender”.
Se dedicaron juntos al trabajo en el campo y ya mayores, como Antonio era diabético, ella se ocupó de cuidarlo. Le aplicaba la insulina, le tomaba la presión, le entregó la vida, ya lo dijo. Así que en enero de 2018, cuando él murió, Mercedes se vio literalmente a la deriva.
“Tuvimos una vida muy feliz, muy feliz. Tal es así que después de que mi esposo falleció no fue lo mismo, no fue lo mismo”, repite, y se oscurece. “Fue como si alguien me hubiera golpeado, me hubiera dicho ‘hasta aquí llegó todo. Terminó todo, terminó’”.
Mercedes no quedó en la calle cuando enviudó, no la desalojaron: se fue a la calle. “En mi casa no podía estar. Parecía que lo veía a Antonio, que venía y me hablaba. Y un día decidí irme, cerrar la puerta e irme adonde yo verdaderamente encontraba paz: en el hospital, en el cementerio y en la calle”, cuenta. “Y perdí todo. Perdí mi casa, dejé abandonado todo. Hasta el perrito dejé, todavía lo siento”.
Lo que Mercedes hacía era caminar con una bolsita con sus cosas en la mano. A veces pasaba por el Hogar de ancianas en el que ahora vive junto a otras 16 mujeres “y veía a las abuelitas comer, charlar...yo sólo las miraba, como quien mira a la gente pasar”.
Así que cerró la puerta de su casa y nunca quiso volver. “Mirar el árbol que está ahí, nuestro árbol, es muy triste, no, no quiero, no quiero volver más”, sostiene. Perdió la casa porque la terminaron tomando.
Puede parecer absurdo, si tenía casa, pero cuando se piensa en el cruce entre la vejez y la soledad no lo es tanto. La calle era un lugar hostil pero al menos no estaba sola.
Mercedes comía lo que le daban en el Centro Ferroviario de Escobar. “Y dormía como podía. Me acuerdo de una señora, Raquel, que una noche que llovía salió y me dijo ‘Señora, ¿cómo va a pasar una noche así en la calle? Por favor, venga a mi casa’. Ahí tenía a sus hijos y bueno, le agradezco infinitamente”, dice, y se traga las lágrimas.
Llegó al Hogar en 2019 por primera vez, pero no se adaptó y a los 5 meses se fue y volvió a estar en situación de calle. Volvió una segunda vez, pero volvió a irse. La tercera vez que Mercedes llegó al Hogar ya llevaba cuatro años deambulando y estaba muy deteriorada físicamente.
Fue ahí que decidieron cambiar la estrategia para que quisiera quedarse. Mercedes no sólo empezó un tratamiento psicológico sino que entendieron que era momento “de potenciarla como mujer y ayudarla a sanar las heridas”,expresó la directora del hogar.
La dejaron ir al cementerio todo lo que necesitara -si le hacía bien pasar horas en el cementerio hablando con su marido y su hija, ¿por qué no?. Un día le preguntaron a Mercedes cómo estaba, qué le había quedado pendiente: “Y yo pensé ‘otra más que me pregunta cómo estoy, uff’. Pero del otro lado sí la estaban escuchando, así que les respondió: “Estudiar y cantar”.
La directora le devolvió una pregunta simple: “¿Y por qué no canta?”. “Y bueno -sonríe de nuevo Mercedes, la mayor de todo el grupo de ancianas-. Después de 85 años volví a cantar”.
“Yo siempre había tenido pendiente ir al colegio pero cada vez que lo decía todos me decían que no. ‘No, Mercedes, ¿por qué no se pone a tejer? ¿por qué no se pone a hacer plantitas?’. ‘Con su edad, Mercedes, ir al colegio... se va a enfermar y no va a poder seguir’. Si me vieran ahora…”.
Desde el Hogar hablaron con el director de la Escuela de adultos 701 y les preguntaron si podía hacerlo. Les dijeron que sí, que tal vez iba a tener compañeros más de 80 años más chicos, pero podía. Le regalaron un cuaderno, las docentes la recibieron con alegría.
“No digo como ‘pum’, hacer un milagro, no. Los milagros no existen, los milagros son la gente que la cuida, que la rodea, que la escucha sobre todo. Me va a costar, y ese es un poquito el miedo. Quizás algunas cosas no las entienda, porque hace mucho tiempo que abandoné todo, pero lo voy a hacer, se puede, yo sé que se puede”.
Así, la misma mujer que pensó que su vida había terminado con tantas pérdidas ahora tiene planes a futuro. “Quiero terminar el secundario y seguir estudiando más, me gustaría ser asistente de los viejitos de los geriátricos, pero no así nomás, con estudios. Ojalá la vida me espere”.
Cortesía: Giselle Souza Días. Infobae.