redes sociales

Cerca del 40% de los casos de ciberviolencia de género se registran en Instagram

Este fenómeno creciente puede manifestarse con la difusión y publicación no autorizada de imágenes, extorsión y suplantación de identidad.

La violencia de género es una problemática que ha encontrado en Internet nuevas formas para su desarrollo. El uso y abuso de las plataformas de redes sociales ha dado lugar al crecimiento de casos de ciberacoso, pornovenganza y extorsión digital.

Según datos de la Unidad Fiscal Especializada en Delitos y Contravenciones Informáticas (UFEDyCI) del Ministerio Fiscal Público de CABA, Instagram es la red social más utilizada para ejercer violencia de género digital. Con un 37,5% de casos de registrados, le siguen la aplicación de mensajes WhatsApp y el sitio web para adultos XVideos, ambos con el 12.5%.

Este fenómeno creciente puede manifestarse, por ejemplo, con la difusión y publicación no autorizada de imágenes o de grabaciones íntimas, la entrega a terceros de esos materiales sin el consentimiento de la persona o a través de cualquier tipo de comunicación electrónica, de transmisión de datos, páginas web o a través de cualquier otro medio de comunicación.

“El acoso virtual, las amenazas anónimas, ataques trolls, etc., son formas de violencia digital machista que impactan y tienen una repercusión directa en lo que es la integridad psicológica, la dignidad de las personas y la identidad digital”, explicó Marina Benítez Demtschenko, abogada especialista en Derecho Informático.

Según el Observatorio de Cibercrimen y Evidencia Digital en Investigaciones Criminales (OCEDIC) de la Universidad Austral, la forma más habitual de ejercer violencia de género digital en Instagram se manifiesta a través de la creación de perfiles falsos que suplantan la identidad de la víctima y publican contenido íntimo de la denunciante, etiquetándola a ella o a terceros de su entorno para que tome conocimiento. También ocurre con la difusión de imágenes íntimas a través de la creación de un correo electrónico falso que llega al entorno laboral e incluso familiar de la víctima.

“Hoy por hoy, si bien la difusión de imágenes íntimas sin consentimiento, sigue siendo una de las formas de violencia digital machista más comunes, me animo a decir que a nivel nacional, es el acceso indebido a dispositivos y a redes sociales, es más frecuente”, agregó Benítez Demtschenko. “La famosa práctica de hackeo, habitual en exparejas, o relaciones recientes, en la cual toman los datos de la víctima, acceden a sus cuentas, les roban fotos privadas, les espían chats, les cambian contraseñas y hasta suplantan su identidad”.

Ese acceso indebido a redes sociales, según explicó Benítez Demtschenko, está ampliamente relacionado con la violencia doméstica: una gran mayoría de los atacantes suelen ser exparejas o parejas actuales de las víctimas. Desde OCEDIC también coinciden en que los casos de suplantación digital de identidad, en donde se utilizan los datos personales de la denunciante para vincularlos a páginas de encuentros sexuales o de venta de contenido, crecieron en los últimos años.

Prevención

“La prevención de la violencia machista es un pendiente total”, advirtió Benítez Demtschenko. La especialista explicó que, por un lado, hay desinformación y poca alfabetización digital. Y por el otro, la brecha digital de género también es amplia en este rubro: “Hay que fortalecer las habilidades informáticas. Gran parte de las mujeres que sufren estas cuestiones desconocen cuestiones básicas de seguridad informática. Y esto también nos pone en una situación de desventaja muy fuerte”.

Más casos, menos denuncias

De acuerdo con un relevamiento de UFEDYCI, de las denuncias recibidas en esa unidad, el 54% de los casos de violencia de género digital proviene de exparejas de las víctimas, un 27% es ejercida por conocidos de su entorno y el 18% de los victimarios son desconocidos. Un 72% de las víctimas son mujeres y el rango etario más afectado por este flagelo, con el 63% abarca a personas mayores de 30 años.

Por otra parte, según datos aportados por la Secretaría de Información Estadística y Análisis de Datos del Ministerio Público Fiscal de CABA, la violencia de género, incluida la digital, tuvo su pico máximo durante el periodo de aislamiento preventivo por la pandemia. Durante el año 2021 se registraron 3.452 denuncias en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. La cifra descendió durante el 2022 a 3.176 denuncias registradas y la caída se mantuvo en lo que va del año con solo 1.421 casos recibidos.

Pero que hayan disminuido las denuncias no significa que hayan bajado los casos, sino que puede ser todo lo contrario.

Daniela Dupuy, directora del OCEDIC, explicó: “Desde el Observatorio consideramos que la disminución de denuncias se debe a la falta de confianza de la sociedad en la justicia, no así en quienes trabajan operativamente en el sistema de justicia -jueces, fiscales y sus colaboradores- porque ya todos en mayor o menor medida tenemos formación en investigaciones con perspectiva de género. El problema aquí es la falta de legislación penal para este tipo de conductas. Las víctimas no reciben respuestas adecuadas debido a la falta de legislación penal, y las sanciones contravencionales son muy bajas con relación a la afectación que sufren”.

“Los mecanismos de denuncia no son suficientes”, agregó Benítez Demtschenko. “Muchas veces se reporta y la respuesta que dan es que el atacante no incumple la normativa de la plataforma o las normas de la comunidad. Y, por otro lado, los equipos de soporte ante emergencias de casos de violencia machista están siendo desarmados. Y se están flexibilizando muchísimo los parámetros de atención en estos casos”.

¿Escrache sí o escrache no?

“Escrache es una palabra que nunca compartí”, expresó Benítez Demtschenko. “Pero la práctica tiene un simbolismo. Es una forma de resistencia también. Sacar al atacante del anonimato y de la oscuridad. No podemos ser nosotras solamente las expuestas”, afirmó la abogada”. Y aclaró: “Esto no es la ley del talión. No es un ojo por ojo, diente por diente. Significa que no nos callamos más, y es un correlato también con otras construcciones feministas”.