Cultura

Día Mundial del Folklore: “No hay manera de que se detenga”

Como cada 22 de agosto, la celebración congrega a todo el tejido cultural que vincula al hombre con su tierra. “Adaptando a Yupanqui, el folklore es tierra que anda”, dijo el especialista Gabriel Plaza.

En una suerte de doble homenaje al arqueólogo inglés William John Thoms y al nacimiento de Juan

Bautista Ambrosetti, padre de la ciencia folklórica argentina, cada 22 de agosto se celebra el Día Mundial del Folklore. Así, cada vez que se acerca esta fecha, se recuerda aquella primera expedición de Ambrosetti en 1885 en busca de todos esos saberes, prácticas y creencias transmitidos de generación en generación en el corazón del Chaco: en busca del lazo de los hombres con la tierra.

“A mí me gusta esa definición del folklore que, en realidad, es una adaptación de algo que dijo Yupanqui: el hombre es tierra que anda”, dijo Gabriel Plaza, periodista especializado. “El folklore simboliza eso. Es cultura en movimiento, porque forma parte de la vida de las personas que también migran de un lugar a otro, se transforman y adquieren nuevos caracteres y siguen incorporando cosas. No creo en las tradiciones como algo estático, porque sabemos que lo que es tradición en un momento fue vanguardia. Nada de foto fija: me gusta el folklore como foto en movimiento”, contó.

El 22 de agosto de 1846, en las páginas de la revista The Athenaeum de Londres, Thoms usó por primera vez la palabra “folklore”. El concepto, acuñado durante el proceso de conformación de los estados y su necesidad de fijar las identidades, conjugaba el “folk” (pueblo, gente, raza) y el “lore” (saber, ciencia). La palabra era completamente nueva. Los folklores, sin embargo, eran tan antiguos como el hombre. El 22 de agosto de 1960, precisamente, se realizó en Buenos Aires el Primer Congreso Internacional de Folklore.

“En todo el país, quizás excepto en Buenos Aires, el folklore tiene una relevancia fundamental y está muy vivo”, apuntó Plaza. “La cultura popular se va pasando de generación en generación a través de esta cadena de transmisión oral. Es un sedimento cultural que se mantiene y va formando nuevas capas. Entonces vos te encontrás en cada provincia, en cada pueblito, en cada ciudad, con su festival folklórico, con sus liturgias. La guitarreada, en ese sentido, es la otra gran escuela. Ahí se mezcla la música, la poesía, la risa, el encuentro, el vino, la comida. Todo eso forma parte del folklore como lengua viva”, explicó.

Así, de la misma manera en que un viejo trenza un lazo en cualquier punto de la provincia de Buenos Aires, una madre prepara 100 empanadas para una fiesta en cualquier punto de Salta. El nudo o el repulgue nunca es caprichoso, sino el resultado de la experiencia de varias generaciones de hombres y mujeres haciendo ese trabajo. Tradición es una palabra que literalmente significa “entrega”: la experiencia del pasado que una generación le entrega a la siguiente, sujeta a una geografía, un lenguaje y una historia en común.

“Hay que defender la tradición porque es nuestro antecedente inmediato de la experiencia”, decía el Cuchi Leguizamón. “Las tradiciones no son las costumbres envejecidas, algunas de ellas estúpidas, sino las que se conservan por ser útiles y beneficiosas para todos. Me gustaría que los que consideran que andar con ropa de gaucho es ser más auténtico, anduviesen con poncho en el verano, así, cuando la cabeza les transpire se darán cuenta de que la tienen”, contaba.

La humorada del Cuchi es gráfica. La identidad de un pueblo o una región no es un concepto cerrado, dado por los dioses o la Constitución. La identidad de un pueblo es una construcción diaria, en estado líquido y trabajada con los materiales a mano. El poncho del Cuchi es de llama o alpaca porque en esa parte de la cordillera hay llamas y alpacas. Del mismo modo que el chamamé se toca con acordeón porque ese es el instrumento que introdujeron los inmigrantes de Europa Central asentados en el Litoral.

“No hay manera de que se detenga”, dijo Plaza. “Es como una bola que se echó a rodar y que ya forma parte de nuestro ADN. Está ahí y va a seguir estando ahí, incluso cuando nos olvidemos”, concluyó.

“La música me lleva directamente a esos lugares”

Nacido en Buenos Aires pero hijo de una familia de salteños, Plaza creció entre copleros, bombistos y guitarreros. Cada verano, se trasladaban hacia el noroeste para visitar a sus mayores y el paisaje familiar dejó la huella que después se transformó en su oficio como periodista especializado en folklore, recorriendo todo el territorio argentino para dejar registro de las músicas de raíz.

“En el momento no me daba cuenta lo que estaba viviendo, pero formar parte de esos carnavales en medio del campo, con techo de lona y faroles, bailando sobre el patio de tierra mientras mis abuelos cantaban la copla, me formó para siempre. Por eso la música del noroeste me lleva directamente a esos lugares, a esa infancia y a ese compartir. Así entiendo esa vida rural campesina, donde cantaban en medio de los cerros como si fueran pequeños cronistas solitarios. Así entiendo cómo se cultiva la papa o cómo se carnean los animales. Todo eso está adentro de la música también que después uno escucha”, explicó.