Salud y Bienestar

Por qué una porción de papas fritas es mucho más sana que cualquier producto envasado

La médica y escritora argentina Mónica Múller desmenuza las obsesiones actuales con los productos “naturales” y las dietas restrictivas.

En su doble condición de médica y escritora, Mónica Müller hace de su nuevo libro, Sobre lo natural, un texto ocurrente y crítico en el que pone en jaque el sentido común de los discursos que entronizan o demonizan ciertos alimentos y sostiene, por ejemplo, que una papa frita es mucho más sana que un producto que se vende como saludable: “En el frenesí cancelador, aparece una marca de champú libre de gluten, epítome del oportunismo comercial por un lado y de la ingenuidad humana por el otro”, dice.

De un día para el otro, los flanes con dulce de leche se transformaron en “bolas lívidas de tapioca flotando en un agua ambarina”, las tortas de chocolate en pan de algarroba, las galletitas que llevaba a la escuela tomaron la consistencia seca de un licuado de lentejas con aroma a especias. Mónica Müller ubica el inicio de esa memoria en el invierno de 1955, cuando su mamá decidió cambiar la alimentación familiar motivada por la lectura de un libro de un famoso médico norteamericano. Su casa, pese a la resistencia de su padre, ingresó en un régimen de alimentación naturista.

Müller nació en 1947, es médica y se formó en homeopatía y naturismo. También escribe y es artista plástica. Su infancia y su práctica profesional confluyen en la relación que tiene con la idea de “lo natural”, alimentación saludable y formas de medicinas naturales. En comillas sí porque en Sobre lo natural (un pequeño librito de la editorial Vinilo) la autora cuestiona la tendencia actual de lo que se toma como natural y también la conducta hacia lo natural como imposición del cuerpo y la salud.

Su mirada crítica opera sobre distintos horizontes: desde las industrias, el modo de producción, la publicidad y las redes a la demanda social que hace de lo “natural” un estado de alarma y acusación constante sobre los otros, o la ignorancia generalizada que se ve atrapada detrás de afirmaciones huecas o de cualquier etiqueta de apariencia orgánica, light, sin conservantes. “La cantidad de alertas que se han sumado a la vida de las personas sanas hace que vivamos en una actitud de acecho hacia nuestro propio cuerpo”, escribe.

Müller se inclina por volver a esa infancia donde los huevos o la palabra frito no tenían “connotaciones demoníacas” y deja algunas recomendaciones, entre ellas una bien clarita: evitar productos envasados. Dirá, por ejemplo, que una papa frita en un buen aceite es muy saludable y que en cambio el salmón rosado o la pechuga de pollo, tan valorados en las dietas saludables, son seres “genéticamente programados para ser monstruos”, por las formas en que se lo cría, hacinados y alimentados por antibióticos.

Como reseña en la contratapa el libro Alan Pauls, “lo Natural, cuco vago, ubicuo y persecutorio que cobija mucha de las prohibiciones irracionales que pesan sobre la salud y el cuerpo, convirtiendo a la primera en una nube de paranoia y al segundo en una obsesión agotadora”. De trasfondo se pierde de vista lo más importante del asunto, como apunta Müller y es que la salud de los humanos está en crisis.

Por su formación en medicina homeopática, que “considera a la persona como totalidad y no como órganos independientes” y por la observación de la realidad en la clínica, Müller sigue de cerca el tema de lo natural. Publicó libros de ensayos de divulgación médica como Sana sana. La industria de la enfermedad y Pandemia, virus y miedo, pero también de ficción, entre ellos la nouvelle El gato en la sartén o los relatos de Secuelas o Nada es para siempre.

Sobre lo natural puede leerse como un ensayo, un tratado, una memoria, una reflexión irónica o una mirada de fenómeno sobre quienes aplican el sentido común sin una pizca de cuestionamiento a lo que se ofrece como verdad. “Tengo tendencia a encontrarle el rasgo gracioso o absurdo a casi todo lo que hacemos los humanos”, dice Müller a Télam sobre su forma de ver la vida.

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“Estoy convencida de la superioridad de los animales no humanos, y nunca pude dejar de ver a nuestra especie como una banda de primates engreídos por nuestras habilidades especiales. Eso me hace tener una mirada crítica y muchas veces irónica sobre algunas de las conductas y actitudes que tenemos. En general tengo una fuerte inclinación por el humor, que suele ser infinitamente más efectivo que el enojo para señalar la desnudez del emperador”, asegura.

Mientras cada vez se vuelve más obscena la alianza entre la industria alimenticia y la de laboratorios, al mismo tiempo crece el discurso del “regreso” a lo natural. Esto parece desconocer que lo natural es lo que la cultura hace con ello y no está exento de contradicciones ¿Cómo separar la paja del trigo?

-Mónica Müller: Eso es parte de la serie de cosas absurdas en las que los humanos nos dejamos enroscar. Nos van arreando al vagón de la moda de lo que sea, y allá vamos, comprometiendo nuestro tiempo, nuestro dinero y nuestra energía intelectual. La moda de la ropa es un ejemplo clásico. No hablo de la moda que nos proponen en cada temporada desde Europa, porque está cada vez más alejada de la realidad de la vida y más cercana a una manifestación artística. Hablo de las pequeñas moditas que se imponen, florecen y se apagan en forma misteriosa.

Seguramente viste que desde el año pasado todas las mujeres andan con la mitad del faldón delantero de la camisa dentro del pantalón y la otra afuera. O que este año vuelve a usarse el jean con tiro bajo y el año pasado se usaba con tiro alto. ¿Qué quieren decir esos códigos cambiantes que todos obedecen como una orden y nos abandonan de repente como acatando una señal secreta? Y ¿quién piensa esos detalles y cómo los impone? Eso siempre me intrigó.

Es más fácil imaginar quiénes imponen las tendencias de otro tipo, como el terror a ciertos alimentos, que es uno de los temas de mi libro. Una vez que se difunde determinado dato científico a través de libros o de los medios, (por ejemplo, que tal alimento es dañino para los que son alérgicos a él) muchas veces con el sponsoreo ostensible de una empresa o una marca, esa información queda en manos de la sociedad, que lo interpreta, lo replica y lo extiende infinitamente a través de las redes. Es en ese punto donde la información se exagera, se deforma y se aplica en forma errónea.

-T: ¿Por ejemplo?

-M.M: Ya no son los que tienen intolerancia a la lactosa los que deben evitarla, sino todos, y todos se precipitan a comprar leche sin lactosa, sin siquiera saber qué es, pero asumiendo que es una sustancia tóxica que hay que evitar a toda costa. Ya no son los que sufren de celiaquía los que deben evitar el gluten, sino todos, para evitar males horribles, como que el cerebro se te reblandezca. Rápidamente aparecen decenas de locales con la consigna sin TACC y se crean centenas de marcas de alimentos sin gluten que todos se apuran a comprar para evitar un daño a su integridad física, indiferentes al hecho de que la especie humana no se extinguió a pesar de estar comiendo gluten desde hace por lo menos 14.000 años. En el frenesí cancelador, aparece una marca de champú libre de gluten, epítome del oportunismo comercial por un lado y de la ingenuidad humana por el otro.

-Planteás una disyuntiva: antes la gente moría más porque sabía menos, ahora se sabe más y se muere menos pero se vive más preocupado. ¿Cómo se escapa de esta suerte de señuelo que no hace vivir en una “actitud de acecho hacia nuestro propio cuerpo”?

-M.M: Sería necio negar los avances estupendos que estamos viviendo en materia de salud en nuestra (privilegiada) parte del mundo. Es impresionante cómo se reducen las cifras de mortalidad infantil y cómo aumenta la expectativa de vida cuando las poblaciones tienen acceso al agua potable, a la vivienda y a la atención de salud básica. Que esas medidas elementales de salud pública no lleguen a muchas zonas de nuestro país, y a muchos países de nuestro continente y del continente africano, donde se vive y se muere como en la Edad Media, habla de políticas perversas, no de fallas de la ciencia.

Dada esa realidad indiscutible, los laboratorios se han colocado en el imaginario colectivo como lo que antes eran los dioses, después los brujos y después los médicos. Se les agradece, se los venera, se hacen sacrificios para conseguir sus favores y se les confía la vida. En ese rol, la industria farmacéutica se ha hipertrofiado y ha creado la cultura del abuso de medicamentos. Eso hace que aunque vivimos más años, los vivamos medicados, en estado de ansiedad y alerta por nuestros síntomas y nuestra salud.

No es sensato desear que los avances de la ciencia retrocedan. Lo que tiene que retroceder es el rol de la publicidad en el mundo de la medicina, porque no sólo compra la voluntad de los médicos, sino que transforma a los remedios en productos de consumo.

La atención de la salud está en crisis en todo el mundo. Los médicos sienten que no son buenos profesionales si no recetan algo. Y los pacientes no se sienten bien tratados si no salen con una receta en la mano.

-¿Qué rol tienen la prensa, la publicidad y las redes sociales en nuestra alimentación?

-M.M: En el libro hablo del curioso caso de la vitamina D, que se indica en forma masiva porque aparentemente nadie tiene la cantidad suficiente, aunque se forma naturalmente al exponer la piel a la luz del sol y además está presente en muchos alimentos comunes. Nunca hasta ahora fue necesario tomar vitamina D como suplemento, salvo en casos en que la persona esté encerrada en la oscuridad y no disponga de alimentos como caballa, salmón, anchoas, huevos, hongos y nueces, todos muy ricos en esa vitamina. Junto con la prescripción generalizada de vitamina D, aparecieron en los medios centenas de trabajos científicos que la colocan como panacea contra el cáncer, las infecciones, los malestares digestivos y los problemas de piel, por lo que todos los médicos están encolumnados en el mismo tratamiento y todos los pacientes obedeciendo la misma indicación.