MÚSICA

Roger Waters insultó a Mark Zuckerberg porque quiso comprarle una canción

El fundador de Facebook le pidió los derechos de un célebre tema para una promoción de Instagram.

Roger Waters participó de una conferencia que se realizó el viernes en apoyo a Julian Assange, fundador y representante de WikiLeaks. El exintegrante de Pink Floyd sorprendió al contar que había recibido un mensaje de Mark Zuckerberg, director ejecutivo de Facebook, quien le pedía los derechos para usar una de las canciones de la legendaria banda británica.

“Lo recibí por internet esta mañana. Es una solicitud para tener el derecho de usar mi canción ‘Another Brick in The Wall II’ para promover Instagram. Es un mensaje de Mark Zuckerberg para mí. Llegó esta mañana con el ofrecimiento de mucho dinero. La respuesta es “¡Vete a la mierd...! De ninguna manera”, contó Waters.

El músico agregó en respuesta a Zuckerberg: “Solo lo menciono porque es su insidioso movimiento de tomar el control de todo. Así que aquellos de nosotros que tenemos un poco de poder, y yo tengo un poco, al menos en cuanto al control de mis canciones. Así que no seré parte de esto”

“La quieren usar para hacer que Facebook e Instagram sean aún más grandes y poderosas de lo que ya son, para que sigan censurando a todos los que estamos en esta habitación y evitar que se sepa la historia sobre Julian Assange”, sostuvo el rockero en otro tramo de su mensaje. Y concluyó sobre la cuestión: “Es uno de los idiotas más poderosos del mundo”.

“Another Brick in the Wall (Part Two)”, forma parte de la emblemática obra de Pink Floyd, The Wall, que se publicó quince días antes que el álbum como simple. La canción trata sobre las estrictas normas que había en las escuelas durante la década del ’50.

“The Wall se trató de una historia muy personal basada en mi experiencia y en cómo me aisló a causa del miedo, y en consecuencia, me resultó difícil comunicarme con la gente poniendo en riesgo mi vida”, se sinceró Roger Waters en una entrevista. Así nació esta gran obra que hoy cumple 40 años.

Todo comenzó la noche del 6 de julio de 1977, cuando Waters perdió el control sobre el escenario del Olympic Stadium de Montreal. Un joven fan, ubicado a metros de la tarima, se pasó todo el recital gritándole cosas, pidiéndole canciones. El artista, cansado de la provocación, lo escupió. Fue el último recital de la gira de presentación del disco Animals y el músico estaba agotado. Aunque ese episodio le dejó un sabor amargo, también fue un motivo de inspiración para Waters.

“Fue una actitud fascista. Me asustó. Pero hacía mucho tiempo que sabía que en esa gira, que odié, algo andaba mal. No sentía conexión con el público”, contó el bajista, cantante y principal compositor de Pink Floyd a la revista Rolling Stone en 1980.

Ese momento de bronca e ira por parte del músico inglés lo llevó a encarar una obra magnífica. Una alineación que la transformó en arte. Fue el origen del concepto de The Wall: la creación de un muro gigante para separar a la banda del público.

En aquella época - fines de los ’80 - el grupo tenía una importante reputación dentro del negocio del rock. Con más de 10 años de recorrido por los escenarios, Pink Floyd t había publicado importantes discos como The Dark Side of The Moon (1973), que se mantuvo por mucho tiempo en los primeros puestos de las listas.

Después de la gira de presentación del disco Animals, los integrantes se tomaron unos días de descanso. David Gilmour y Richard Wright aprovecharon para publicar sus discos solistas. Mientras tanto, la maquinaria creativa de Roger Waters no paró su actividad. Ese momento agresivo en el show de Montreal lo había marcado.

A mediados de 1978, el compositor se juntó con sus compañeros y le presentó dos ideas en la sala de ensayo: uno era The Wall y la segunda The Pros and Cons of Hitch Hiking (Pros y contras de hacer dedo), una suerte de novela musical inspirada en su viaje por Europa y Medio Oriente antes de comenzar a estudiar en la universidad. El proyecto elegido fue el primero.

Para este ambicioso trabajo, el grupo contrató al productor Bob Ezrin, que en su currículum figuraban Kiss y Alice Cooper, entre otros. También se sumó James Guthrie para el trabajo en estudio. Ezrin trabajó codo a codo con Waters y Gilmour. Su labor también, más allá de la música, fue de mantener las tensiones dentro del seno creativo de Pink Floyd.

La banda, con un fuerte presupuesto de la compañía grabadora, se metió en distintos estudios - entre abril y noviembre de 1979- para darle vida a sus nuevas canciones. En ellas, Waters trató temas como la guerra, la muerte, el fracaso o las drogas, entre otros.

En un momento, el trabajo se volvió más denso. El clima entre los músicos no era el mejor. La producción le pidió a Richard Wright de sumar unos nuevos arreglos al disco. El tecladista se negó a participar en el estudio: prefería navegar por Grecia y estar más cerca de sus hijos. También estaba viviendo una crisis matrimonial, al que no pudo salvar.

Este desencuentro generó el enojo en Roger Waters, que le informó que ya no estaría más en la banda. Wright decidió alejarse, pero antes le pidió de terminar sus partes de teclados y de estar en la gira de presentación. Finalmente, el músico estuvo en los shows, pero como invitado, con un sueldo fijo y sin compartir las ganancias. Rick fue el único miembro que no tuvo beneficio económico.

“La relación fue tensa entre los integrantes. Principalmente entre Waters y el resto de los músicos. El productor tuvo que mediar entre ellos. Waters estaba decidido a que The Wall sea su obra”, describió el periodista Sergio Marchi, autor del libro Roger Waters, paredes y puentes: el cerebro de Pink Floyd a La Viola.

Bob Ezrin quería un coro de chicos en “Another Brick in the Wall (Part Two)”. Darle un toque especial, más allá del mensaje que transmitía la letra. La producción invitó a un coro de estudiantes de la escuela Islington Green, que se encontraba a metros del estudio Britannia Row de Londres. Los alumnos no sabían el fin que tenía ese extraño pedido. Los integrantes de Pink Floyd no participaron de la grabación. Sin darse cuenta, estos 23 preadolescentes, de entre 12 y 14 años, serían parte de esta gran historia.