Turismo

Un pueblo argentino a 2.800 metros de altura en Salta fue elegido como uno de los más lindos del mundo

Iruyá parece estar colgado en las montañas y ser un lugar que se llega descendiendo del cielo, por una escalera rodeada de un paisaje único. El lugar fue señalado como uno de los cincuenta más bellos en un ranking mundial y merece ser visitado.

Iruyá es un pueblo que al verlo presencialmente uno podría imaginarse que es una postal, el recuerdo de un paisaje ficcionado. La aldea de Salta ocupa el puesto 20 entre los 50 pueblos más lindos del mundo según el prestigioso medio de viajes Condé Nast Traveleren.

Parece ser un boceto del mundo, un pequeño lugar que luego serán hecho a lo grande. Tiene la fuerza vital y destructora de sus ríos, campos y piedras, cantos y penas, y sobretodo tiene en su gente luz con sangre en sus venas que alumbran este pedacito de suelo creado por Dios.

En quechua, Iruyá significa confluencia entre ríos en alusión a las lluvias del verano que se convierten en torrentes de lodo pero en lengua aymará, el nombre Iruyá, menciona  a la aparición de la virgen del Rosario entre las pajas donde hoy se levanta el pequeño templo.

Los imponentes paisajes forman parte de una experiencia andina que se abren con el paso del colectivo que une en un camino de ripio a Iruya, a 315 kilómetros de la capital de Salta, a 2780 metros sobre el nivel del mar y rodeado por los ríos Colazulí y Milmahuasi.

La forma de acceder es a través de la provincia vecina de Jujuy en un micro urbano que realiza el recorrido o con las alternativas turísticas que ofrecen los lugareños para disfrutar de una experiencia cercana a las comunidades que están de camino al destino.

Esa localidad jujeña más cercana es Humahuaca, que lo distancia 73 kilómetros y habitualmente es el punto más elegido para comenzar el trayecto. También se llega desde Purmamarca y Tilcara y, solamente, en temporada que no hay lluvias también se puede ingresar en vehículo particular desde Humahuaca a 26 kilómetros hacia el norte por la Ruta Nacional 9.

Se llega desde Humahuaca hasta Abra Cóndor a 4000 metros de altura, en el límite entre la provincia de Salta y Jujuy, y desde ahí se ingresa al departamento de Iruya y comienza el descenso que en 21 kilómetros se baja hasta los 2780 metros para disfrutar de la vista que regalan los coloridos cerros, las primeras casas, la iglesia y todo el pueblo de Iruyá. Un pueblo que cuelga de la montaña.

La mejor época del año para visitar Iruyá es entre marzo y junio y de agosto a diciembre. Desde diciembre hasta al menos la primera quince de abril es época de intensas lluvia, por lo que también crecen los ríos y afecta el camino. El paisaje está más verde porque la mayor parte del año hay dos ríos secos que dan un hilito de agua pero en esos meses, debido a la gran cantidad de agua, los lugareños le dicen ‘volcán’ a esa correntada que arrastra todo lo que está a su paso como piedras y tierra. Debido al difícil acceso sólo ingresan colectivos que están preparados para ese tipo de terrenos y también las camionetas 4x4.

Los iruyences más antiguos todavía recuerdan cuando en un costado había ovejas y cabras y del otro lado estaban las huertas con plantaciones de manzana, durazno quebradeño, sembrados de maíz, papa, oca y la gente todavía tenía una economía de subsistencia. Se vivía para eso porque había que hacer las cosas desde muy temprano para aprovechar la luz del día y la tarde porque solo había luz durante tres horas, desde las 7 de la tarde hasta las 10 de la noche. Después llegó la energía eléctrica al pueblo de arquitectura colonial con calles empedradas y empinadas que al final de cada cuadra se observaba un cerro.

En sus proximidades, 5 km al noreste, se encuentran las ruinas del Pucara de Titiconte. Los habitantes, vestimentas, costumbres y viviendas han mantenido su tradición a lo largo de 250 años. El poblado conserva sus calles angostas y empedradas, con casa de adobes, piedras y paja. Las estructuras de aquellas casas históricas se fueron desgastando y como había cada vez más población en un espacio limitado, algunos construyeron hacia arriba, sumando un segundo y tercer piso. Por ese motivo conviven los ladrillos de adobe con otros materiales que no son tradicionales de la región.

En el pueblo no llegan a 2000 personas, porque la población estable son cerca de 1300 habitantes y se les suma la población golondrina que en determinado momento del año se va, como algunos profesores que están censados en Iruya pero son de otras localidades.

Con orgullo, los lugareños aplauden el regreso de los jóvenes que fueron a formarse a las ciudades y regresaron con títulos. Ya sirven a la comunidad el primer abogado, el primer doctor, varios policías y maestros.