hablar o comer
El fenómeno de los nuevos pobres que venden su teléfono para alimentarse
De origen platense, la Asociación Civil Miguel Bru asiste a gente sin techo hace veinte años y advierte sobre la crisis que obliga a nuevas formas de subsistencia.
La Asociación Civil Miguel Bru lleva más de dos décadas de trabajo social y territorial con los sectores más vulnerables pero la actual crisis enfrenta a sus integrantes a nuevos fenómenos que dan cuenta de un deterioro creciente.
"Veo gente que vende su teléfono celular, por quince o veinte mil pesos, para comprar comida. Ese es el último recurso, porque después es muy difícil volver a comprarse uno, y pierden la posibilidad de que los contacten por un laburo o una changa. Eso es nuevo, propio de esta crisis", dice Andrea Romero, la coordinadora de la Casa Miguel Bru, el local donde funciona la asociación en el barrio porteño de Parque Patricios.
El resto de la funciona en la Facultad de Periodismo de la UNLP, a donde asistía Miguel como estudiante. Además, tienen un plan de ampliación. "Queremos abrir otra sede en Moreno, con huerta propia y guardería de perros rescatados. Miguel amaba a los perros. Ya tenemos el terreno", cuenta Andrea.
"La Bru", como se la conoce, asiste a personas en situación de calle. Les ofrece sus instalaciones para higienizarse, cocinar o lavar su ropa, una sala con cumputadoras para que puedan comunicarse con sus seres queridos y brinda talleres de oficios, de peluquería a panadería e informática, entre otros, para que tengan como ganarse la vida. También funcionan en la casa una escuela primaria para adultos y una sala de ensayos.
Algunos talleres fructificaron y dieron lugar a cooperativas de trabajo. Es el caso de la cooperativa de cafetería, que vende infusiones y facturas en un puestito, a metros de un hospital público. "Con habilitación y todo", subraya Andrea.
La directiva observan que hay mucha gente que recién cayó en situación de calle y, en esos casos, al trauma psicológico se le suma el desconocimiento y la necesidad de incorporar estrategias y recursos de supervivencia.
Andrea es de la Isla Maciel, donde tomó contacto por primera vez con la Miguel Bru hace ya más de dos décadas. En ese momento, no imaginó que ese encuentro modificaría su trayectoria de vida.
Las personas en situación de calle entran y salen según las actividades que les tocan ese día. Todos paran para saludarla e intercambiar unas palabras. En la Casa Miguel Bru la atmósfera es de una gran vitalidad.
Cuenta que esta casa se inauguró hace ya quince años, que al principio cruzar el Riachuelo y adaptarse al nuevo barrio le costó muchísimo, pero que la desconfianza inicial se fue disipando y hoy los vecinos los conocen y los respetan. "Hasta vienen al ropero comunitario", ejemplifica.
De todas maneras, Andrea, que lleva muchos años trabajando con sectores vulnerables, se muestra preocupada por cosas que observa, que dan cuenta de un deterioro mayor del tejido social.
"Hace poco entró un muchacho cartonero a hacer unas consultas. Escuchamos ruido y gritos en la vereda, cuando salimos vimos a la policía tratando de llevarse el carro. ¿Para qué? Explicame en qué te jode que haya un carro parado quince minutos. ¿No te das cuenta que es la herramienta de laburo del pibe? ¿Cómo le va a dar de comer a los hijos sin carro? ¿Qué querés, que salga a chorear?", describe.
El de los teléfonos celulares no es el único síntoma de deterioro social que observa Andrea. Cuenta que la casa es una de día, pero cambia a la noche, cuando las personas no pueden quedarse a pernoctar y tienen que irse. "Entonces nos toca llamar a la municipalidad para tratar de conseguirles lugar en los paradores de la ciudad. Pero tienen mucha más demanda que uno o dos años atrás, están colapsados", cuenta.
La Plata, Isla Maciel y Moreno
La principal fuente de financiamiento de "la Bru" es la recaudación de los recitales solidarios que periódicamente realiza León Gieco, su padrino. "Pero los recursos siempre son un tema", dice Andrea.
"A principios de los años dos mil empezaron a venir los sábados a mi barrio los compañeros de la facultad de periodismo de Miguel. La movida reclamando justicia para Miguel había dejado un sedimento y ellos venían a hacer talleres, les explicaban a los chicos sus derechos, qué hacer si se los llevaban detenidos", explica.
"Cada vez venían más chicos y necesitaban un lugar dónde reunirse. Entonces les ofrecí mi casa", recuerda sonriente. "Así empezamos. Desde entonces, pasé a ser Andrea, la piba de la Bru". Por entonces, el tema de las charlas y talleres era el gatillo fácil, que años después comenzó a llamarse violencia institucional.
"Pero los pibes eran estudiantes y graduados de periodismo y los chicos querían aprender lo mismo que ellos. Así empezaron talleres de periodismo, fotoperiodismo, radio, juveniles e infantiles", dice. Y menciona a los que recuerda: Cristian Alarcón, María Eugenia Ludueña, Leonardo Godoy, Pablo Piovano y Gonzalo Martínez.
Cuando ya no entraron en su casa, consiguieron un club, el Tres de Febrero, que por entonces estaba semiabandonado. "Venían de la comisaría tercera y se llevaban a los pibes por nada. Entonces había que ir a pelear para que los liberen. Aprendí mucho, de derechos humanos, de derechos de género. Fue una época de mucho crecimiento personal para mi, especialmente de la abogada Claudia Cesaroni", recuerda.
Diez años más tarde, con la fundación consolidada como persona jurídica, sintieron que ya habían dejado una semilla en la isla y podían buscar otros rumbos. "Entonces surgió la posibilidad de esta casa. Además, ya había llegado el Padre Paco Olveira y se veía venir que iba a hacer un gran laburo, entonces nos vinimos para acá". Cuando se concrete lo de Moreno, será a la inversa: la Bru seguirá los pasos de Paco, que ahora misiona en zona oeste.
El caso
Miguel Bru fue visto por última vez en la madrugada del 17 de agosto de 1993 en la comisaría novena de La Plata, ubicada en 5/ 59 y 60. Otros detenidos afirman que fue torturado hasta la muerte y que su cuerpo sin vida fue retirado de allí por efectivos policiales. Luego, las pericias demostraron que su nombre había sido borrado del libro de guardia.
Miguel vivía en una casa ocupada cercana y sufría el hostigamiento de un grupo de agentes. Cuando decidió denunciarlos judicialmente, la persecución se intensificó, hasta llegar al homicidio. Aunque hubo dos condenados a prisión perpetua, Justo López y Walter Abrigo, nunca informaron el destino final de los restos de Miguel. Por eso, la pregunta que sintetizó la lucha de sus familiares y amigos sigue vigente: ¿Dónde está Miguel?