"Reforzaron mis convicciones”
El testimonio del último liberado tras la cacería policial en el Congreso
Lo que vivió el joven en sus 22 días de detención. El "verdugueo" y la violencia policial y penitenciaria, la solidaridad de sus compañeros de pabellón. La situación de las cuatro personas que siguen detenidas y de los siete que Stornelli quiere nuevamente presos.
"Estoy agradecido porque se armó una red increíble de agrupaciones y personas que me dieron fuerzas, no puedo explicar hasta qué punto, de verdad fue como algo tangible. Agradecido con mis compañeros de pabellón, los pibes hasta me dieron cosas que valen mucho ahí adentro, una frazada porque las primeras noches no tenía y no dormí del frío, un mate y un pantalón, porque yo estaba en bermudas y los penitenciarios me jodían por eso. Para la policía que me trompeó cuando me levantó y los guardiacárceles que nos verduguearon y nos gasearon, no tengo más que repudio. Y si lo que querían era darnos miedo, les digo que lo único que lograron fue fortalecerme en mis convicciones". El que habla es Facundo Gómez, el último de los liberados tras la cacería policial del 12 de junio, el día que fue a manifestarse contra la Ley Bases en el Congreso.
Quedan cuatro personas -Daniela Calarco, Cristian Valiente, David Sica y Roberto María de la Cruz- que en unos días cumplirán un mes presas en el penal de Ezeiza, del que el jueves por la noche salió Facundo. Otras siete enfrentan las apelaciones de sus faltas de mérito hechas por el fiscal Stornelli, que los quiere presos nuevamente. El resto de un total de 33 arrestados ese día, también deberá afrontar el complejo proceso judicial que sigue tras causas abiertas por acusaciones graves como intimidación pública. Ninguno tiene vinculación alguna con los desmanes que sí se ejecutaron con total libertad frente al Congreso, como la quema del móvil de Cadena 3.
Preso por manifestar
Facundo sigue conmocionado por todo lo que vivió en sus 22 días de detención. Hubo momentos duros; sin embargo, lo primero que rescata es la solidaridad que recibió. "De organizaciones de todas las banderas, de gente que no me conocía, que me hacía llegar cosas, llamados, noticias, yo nunca hubiera pensado que se iban a mover tanto y tanta gente, me sentí muy acompañado y eso fue vital", agradece.
Después viene el relato de la brutalidad de los policías que le pegaron en el estómago para que no pudiera gritar su nombre cuando lo detuvieron. De los penitenciarios que los recibieron con las caras tapadas con pasamontañas, les arrojaron gas pimienta y los hiciero desnudar. De los interrogatorios ("Dale, cantá dónde militás", "¿De qué sindicató venís?", "¿Cobrás un plan?"). Del verdugueo constante ("Dice Milei que el que las hace las paga", "Mirá si serás boludo que terminaste acá", "Ahora decile a Cristina que te venga a visitar", "Anotalo a Máximo que te venga a depositar"). De las fotos a los tatuajes, un procedimiento habitual en el ingreso pero deteniéndose en el de Malvinas y el del pañuelo de las Madres.
Aprendió muchas palabras de la jerga carcelaria. Depositar, por ejemplo, es llevar mercadería, sin visita. Aprendió mucho más de la solidaridad en los momentos difíciles. "A mí no me dieron ni una manta cuando entré, y la ventana estaba rota, sin el acrílico. Yo no dormía del frío hasta que un compañero del pabellón me dio la suya. Me dieron un mate, me dieron el pantalón con el que salí. ¿Sabés lo que vale eso ahí adentro? Me ayudaron a hacer la conexión de luz, porque tampoco tenía luz. Tiraban un cable de celda a celda y así nomás enganchaban los cables pelados. La cinta aislante era una bolsa de supermercado" relata, todavía asombrado.
"Las condiciones son muy difíciles. El colchón era un pedazo de goma espuma sucia, sin sábanas, vos te levantabas a la mañana y estaba todo mojado, porque la chapa de abajo transpiraba, había mucha humedad. La misma policía te asustaba: 'Ahora vas a ver lo que es estar ahí con los presos'. Y sin embargo, yo no vi un solo problema, una sola vez que levantaran la voz. Al contrario, vi gente que me ayudó y compartió conmigo lo poco que tenía", agradece.
Facundo tiene 31 años, un hijo de 14, desde hace años vende café, tortas y jugos con su madre en un carrito en Plaza Serrano, adonde volvió con urgencia al día siguiente de su liberación -"esto nos afectó mucho también económicamente", lamenta.
"Creo que caí en cana porque quieren imponer miedo en la gente, la idea de que si vas a protestar vas a pasar un disgusto, así que mejor no vayas. Pero yo salí de ahí con mis convicciones más fuertes que antes. Yo ya no tengo militancia partidaria, cuando era chico, a los 19, milité en una agrupación pequeña, Juventud Kirchnerista de Izquierda. Hoy mi militancia es la que nos enseñó mi madre, que en la mesa nos habló de aprender a discernir, de no quedarte con lo que te quieren vender, de que las cosas importantes no se compran ni se venden. Por todo eso yo fui al Congreso a decir que no a la ley Bases, porque ahí se juega el plato de comida de nuestros hijos, también el del cana que me pegó, y con eso no se jode", concluye.
Demasiado flojos de papeles
El lunes vence el plazo para que las defensas de los imputados presenten los memoriales (argumentaciones) de apelación, solicitando que se revoquen los cinco procesamientos y las prisiones preventivas de los cuatro que siguen detenidos, así como las siete faltas de mérito que Stornelli apeló. Con un feriado de por medio, la Cámara de Apelaciones podría tomarse varios días para decidir al respecto.
En el caso de Facundo, dos testigos presenciales de su detención declararon que, contrariamente a lo que se le imputa sin más pruebas que el relato policial, no saltó la valla, no atacó a los policías, no tiró piedrazos, en fin, no infundió "temor público, con el peligro de promover tumultos o desordenes sociales", tal como se lo acusa. Simplemente ocurrió, cuenta él (y una fotografía aportada por uno de los testigos lo confirma) que su madre lo llamó por teléfono, y él se detuvo a hablar en el momento y el lugar equivocados. Y además solo, algo que se repite en varias de las detenciones.
A Cristian Valiente, uno de los que siguen detenidos, se lo acusa de llevar "una granada" en su mochila. Como contó este diario, se trataba de una granada de gas lacrimógeno de las que usó la policía para reprimir, que él encontró tirada y recogió del asfalto y que llevaba la etiqueta con su número de lote (y, por cierto, la fecha de vencimiento expirada). Fabricaciones Militares reconoció su procedencia y confirmó que son los únicos que las fabrican en el país, para uso de las fuerzas policiales. Pero Valiente sigue preso. Pesó también en su caso cargar con antecedentes penales que, sin embargo, en nada se relacionan con las acusaciones del Congreso.
Los memoriales que ya presentaron las defensoras de Camila Juárez, una de las liberadas el 18 de junio a la medianoche, subrayan las múltiples incongruencias de su acusación. Con la palabra policial como única prueba, el fiscal aseguró que junto a otras personas "con el rostro tapado" tiró "elementos contundentes atentando contra la integridad física del personal policial y de los vehículos de dotación que custodiaban las inmediaciones del Congreso Nacional”.
El texto que lleva la firma de María del Carmen Verdú de la Correpi y Milagros Carboni Gilli muestra las contradicciones de los distintos policías que declaran en los relatos de los hechos, que no coinciden en tiempo ni lugar, además de que ninguno de ellos son finalmente quienes la vieron hacer algo de lo que se la acusa, siquiera quienes la detuvieron. "No hay registros fílmicos, no hay testigos directos, no se secuestró nada, las fotos muestran a ese grupo de la Asamblea de San Martín y de la Unsam cuado son detenidos juntos, tranquilos. Camila ya tendría que tener su sobreseimiento definitivo, no hay un solo elemento que acredite la acusación”, advierte Verdú.