Masacre

La masacre del 16 de junio de 1955: cuando el odio bombardeó al pueblo

66 años atrás, un grupo de militares y civiles opositores dieron inicio a un violento golpe de estado arrojando 13 toneladas de bombas en la Plaza de Mayo, asesinando a más de 300 inocentes.

El 16 de junio de 1955, aviones de la Marina y de la Fuerza Aérea llevaron adelante un ataque sin declaración previa sobre la Plaza de Mayo y otros puntos del centro de la ciudad de Buenos Aires. El objetivo del grupo de militares y civiles opositores era sembrar el terror y derrocar al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón, asesinando al presidente y a todo su gabinete.

A las 12 del mediodía, sectores antiperonistas dieron inicio a un violento golpe de estado arrojando 13 toneladas de bombas en la Plaza de Mayo y ametrallando distintos blancos con 34 aviones. Los objetivos principales eran la Casa Rosada, el edificio de la CGT y la entonces residencia presidencial.

Perón, informado de los movimientos militares por el ministro de Ejército, Franklin Lucero, se había retirado al Ministerio de Ejército, ubicado a 200 metros de la Casa Rosada, por lo cual no se encontraba en ella al comenzar los ataques aéreos.

A los criminales, poco les importó que, como cualquier día hábil, la plaza esté repleta de gente inocente que había salido a trabajar, a caminar o simplemente de turismo. Igualmente atacaron y descargaron la primera bomba sobre un trolebús lleno de niños y niñas que habían llegado desde Santiago del Estero para conocer la Capital con sus maestros.

El odio político-social que quedaría impune meses más tarde por los responsables de la dictadura autodenominada “Revolución Libertadora”, se llevó la vida de más de 308 inocentes que azarosamente tuvieron la desgracia de estar caminando por las calles porteñas ese mismo día. Además, esta acción criminal dejó más de 800 heridos.

En 2010, el Archivo Nacional de la Memoria de la Secretaría de Derechos Humanos publicó una investigación oficial en la que identificó a las víctimas fatales, aclarando que a los 308 debían sumarse «un número incierto de víctimas cuyos cadáveres no lograron identificarse, como consecuencia de las mutilaciones y carbonización causadas por las deflagraciones».